No hubo arcoíris. Ni siquiera salió
el sol entre tanto gris ni hubo un gran acto final antes de recibir la ovación
del público. Fue una simple despedida austera de la que había sido mi compañera
durante tanto tiempo; se apagaron las luces del escenario y bajó el telón con
un sonoro golpe contra el suelo, pero el teatro ya se había quedado vacío antes
y solo aplaudió el silencio sepulcral.
Pese a todo, no hubo
remordimientos. El nudo que se ceñía a mi cuello se aflojó hasta deshacerse por
completo y solo entonces pude respirar como no lo había hecho en tanto tiempo.
Si tan solo supieras lo cruel y
terriblemente absurda que había sido la obra. Y el temporal le hacía honor como
nadie.
Ha pasado tanto tiempo que el
recuerdo resulta difuso. Tal vez la lluvia había dejado de golpear para
convertirse en un inmenso océano de una calma infinita, y por una vez podía
decir que se sentía tan bien.
Lluvia o teatro, que cada quién
escoja su metáfora favorita. De metáforas he vivido toda mi ausencia y no hay
más buenas compañeras de viaje que ellas, por traicioneras que parezcan.
Ahora no hay más que un fundido a
negro.