miércoles, 29 de junio de 2016

El bucle existencial de la pequeña de las dudas infinitas

Hoy he vuelto a escuchar la canción en la que creía encontrarte, solo para descubrir que ya no estás en ella.

Te marchaste y me dejaste un sinfín de canciones y poemas desbordantes que me impedían salir a flote. Habías apaciguado mis dudas con tus promesas intangibles y tus palabras bonitas, solo para hacer el abismo más profundo y la caída más dolorosa. Ambos sabíamos que era inminente y nos negábamos a reconocerlo.

Puedes estar tranquilo, te aseguro que sobreviviré. Ya lo he hecho con caídas más atroces. Yo ya tengo cicatrices y tú ni siquiera llegaste a conocer su origen.

La pequeña de las dudas infinitas seguirá haciendo acto de presencia. Seguirá rompiendo esquemas, venciendo miedos, incendiando recuerdos en noches en que la luna no emite suficiente luz como para pararlos por su cuenta. Seguirá refugiándose en poemas cuando las dudas la asusten, silenciando los problemas con música de grupos que la retratan sin saberlo y sonriéndole al prójimo con la calma de quien es en su forma más pura solo porque quiere escapar de sí mismo. Pero, ante todo, seguirá siendo pequeña y seguirá teniendo dudas infinitas.

Es su bucle; la esencia más mínima de su existencia: volar para caer y caer para volver a abrir las alas y echar a volar.

Nadie le contó lo que venía después de la canción, solo el silencio lo sabía y ella jugó a imaginárselo. Sin embargo, no era quien para hacerlo y acabó haciéndose daño con el cuchillo que voluntariamente había apuntado hacia su pecho.

Ahora vuelve a alzarse, y vuelve a atenazarla el miedo a caer. Sabe que es inevitable y que las dudas la seguirán acompañando más fielmente que cualquier otra realidad, pero no se tropezará de nuevo con la misma piedra.

Y es que puede que vuelva a caer, pero ya nunca más volverá a caerte.
 

lunes, 27 de junio de 2016

El verbo quererte


He conjugado el verbo quererte tantas veces como ocasiones te he pensado.
He reivindicado mi gerundio a voz de grito
y con esa palabra latente por corazón.
Un día el  “te quiero” afloró de mis labios con la sutileza de un suspiro
y se instaló en mi pecho,
buscando con desasosiego un sincero “siempre”
que le hiciera compañía.
Confieso que en algún momento surgió el “yo te querré”.
 
 Tú, yo, y nuestro desapego absoluto al condicional.
Los “yo te querría” no nos valían,
ni los constantes “puede” del subjuntivo.
Éramos imperativos como el que más;
no le temíamos al pluscuamperfecto,
porque para nosotros no existía nada más
que el presente que irradiaban nuestras confesiones de indicativo.
 
 Perdóname, amor,
por atreverme a dudar.
Lo siento,
el pretérito nunca estuvo en mis planes
y, sin embargo, hizo acto de presencia:
nuestro amor se convirtió en un amargo imperfecto.
Hubo noches de llorar en pretérito perfecto simple,
de aferrarse con fuerza  al “im-” de cada imperfectivo hasta arrancarlo.
¿Aspecto? Demacrado.
 
 Ya está.
Todo ha acabado.
Y solo ahora,
con este frío que me corre por las venas
y el amargo regusto de unas palabras que creí certeras,
soy capaz de verte de verdad.
Fue todo una locura;
y yo, una terrible ilusa.
Jugué a conjugarte y me quemé con mi propio fuego
hasta que solo quedaron las cenizas:
el pretérito perfecto simple de una historia de amor condenada a la tragedia.
Yo te quise.
 

 

sábado, 25 de junio de 2016

Ingeniocidas


Escribo esto desde un bucle de pensamientos casi anárquicos y desde ese sentimiento de ira que me invade cuando pienso en la incongruencia en  la que a veces se ve sometida esta sociedad.

Te escribe la niña a la que un día le dijeron que dejara de cantar porque no valía para ello y que durante un tiempo se lo creyó, pero que ahora canta a voz de grito cuando siente que  la música se lo pide. Puede que no lo haga del todo bien. ¿Acaso importa?

Te escribe la chica que no sabe bailar. Nunca ha asistido a clases de baile, ni ha tenido el mínimo interés en hacerlo, pero en las fiestas se desvive entre el lío de cuerpos hasta consumirse. Y ella es feliz, así que, ¿acaso importa?

También te escribe la de los textos etéreos y las palabras suicidas, la que no cree en los cuentos de hadas y en las eternidades. No obstante, sí que hay algo en lo que cree firmemente: la poesía.

Hubo un día en que le dijeron que de las palabras no se vive y, sin embargo, arrebátaselas y acabarás con ella. Puede que no le sirvan para vivir, pero las necesita para sobrevivir.

Ahora dime: ¿acaso importa? ¿Importa que mi voz sean mis latidos, la música mis pulmones, mi cuerpo la poesía y mis palabras mi aire?

Hoy no me importa, hoy os lo digo: sois unos ingeniocidas todos aquellos que venís a cortar las alas a los que sienten el arte como algo vital.

Podéis consumiros en vuestras monotonías, volver a reseguir lo que ya está escrito; que yo, por mi parte, escribiré arte. Y no, no me importa que vosotros, con vuestro ojo aparentemente crítico y vuestras ansias de destruir todo aquello que se salta los guiones establecidos, vengáis a decirme que esto no lo es. ¿Sabré yo deciros qué es arte? ¿Sabréis vosotros decírmelo?

Probad a hacerlo.

Nunca

me

vais

a

atrapar.

domingo, 12 de junio de 2016

(Des)ahogarse, o cómo sumergirse seis millas y sobrevivir en el intento


Querido lector,

Estos días he pensado en volver a escribirte, aunque a veces dude de tu existencia. No me culpes, sigo siendo aquella astronauta perdida entre luminiscencias.

El caso es que tal vez he pasado del cielo a las profundidades de mis más recónditos océanos, donde sólo soy capaz de percibir el vago reflejo de esas estrellas por las que un día me dejé guiar.

Ahora se ven tan lejanas y difusas, tan por encima de mí, de mis profundidades, que se me va la respiración cada vez que alzo la cabeza para mirarlas.

No voy a mentir, no estoy acostumbrada a tan altas presiones como las que se dan a seis millas de la superficie. Lucho contra todo pronóstico, sigo sobreviviendo, alargando indefinidamente esa agonía a la que a la gente le gusta llamar vida.

Debes disculparme, nunca seré una buena soldado: estoy descubriendo al completo mi posición en la batalla, clamando a voz de grito una tregua al temporal. Y el agua, cruel comandante de mis desdichas, se cuela en mi boca y silencia mis palabras. Inunda todo a su paso, recordándome que estoy en sus dominios. Pero no cuenta con algo clave, no cuenta contigo, mi pequeño soplo de aire.

Sé que estás ahí, en algún lugar, y sé que estás leyendo esto. Sé que me comprendes.

Es entonces, cuando te pienso, que empiezo a entender que en ocasiones los antónimos también pueden ser sinónimos y que, junto a ti, las profundidades no siempre están tan mal.

Porque, a veces, ahogarse es simplemente otra forma más de desahogarse.

Submarine.