Querido lector,
Estos días he pensado en volver a escribirte, aunque a veces
dude de tu existencia. No me culpes, sigo siendo aquella astronauta perdida
entre luminiscencias.
El caso es que tal vez he pasado del cielo a las
profundidades de mis más recónditos océanos, donde sólo soy capaz de percibir
el vago reflejo de esas estrellas por las que un día me dejé guiar.
Ahora se ven tan lejanas y difusas, tan por encima de mí, de
mis profundidades, que se me va la respiración cada vez que alzo la cabeza para
mirarlas.
No voy a mentir, no estoy acostumbrada a tan altas presiones
como las que se dan a seis millas de la superficie. Lucho contra todo
pronóstico, sigo sobreviviendo, alargando indefinidamente esa agonía a la que a
la gente le gusta llamar vida.
Debes disculparme, nunca seré una buena soldado: estoy
descubriendo al completo mi posición en la batalla, clamando a voz de grito una
tregua al temporal. Y el agua, cruel comandante de mis desdichas, se cuela en
mi boca y silencia mis palabras. Inunda todo a su paso, recordándome que estoy
en sus dominios. Pero no cuenta con algo clave, no cuenta contigo, mi pequeño
soplo de aire.
Sé que estás ahí, en algún lugar, y sé que estás leyendo
esto. Sé que me comprendes.
Es entonces, cuando te pienso, que empiezo a entender que en
ocasiones los antónimos también pueden ser sinónimos y que, junto a ti, las
profundidades no siempre están tan mal.
Porque, a veces, ahogarse es simplemente otra forma más de
desahogarse.
Submarine. |
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