Gente que te pregunta cómo estás
por el simple hecho de ser el convencionalismo más trillado de la historia.
Responderás que estás bien, porque tienes la respuesta aprendida a la
perfección y sabes que, al fin y al cabo, a ninguno de ellos le importa una
mierda. De hecho, puede que incluso te lo agradezcan interiormente; un problema
ajeno menos por el que preocuparse.
Siluetas que se mueven por un
laberinto artificial que ellas mismas crearon, fingiendo estar solas, ignorando
a otras vidas que caminan sobre el mismo asfalto. Espectros que, con suerte,
intercambian miradas de indiferencia antes de no volver a verse nunca más, y
que se encogen y se apartan a cada roce involuntario.
Sin embargo, los peores son los
que se disfrazan. Aquellos que provocan tormentas y dicen entenderte. Tal vez
lo hacen, pero llega un punto en el que se marchan sin más y dejan tu mundo
arrasado y malherido, con todos los desperfectos causados por el temporal.
Lo que más duele es la despedida,
las palabras edulcoradas. Ese “buena suerte” que colma el vaso y sumerge tu
Atlántida. A ver luego quién es el guapo que la encuentra. Suena tan falso que
parece hiriente aposta, y me recuerda a esas cantimploras de azúcar embotellado
que compraba de pequeña en el quiosco, una y otra vez. Su etiqueta era el aviso
de una posible recompensa y tú rascabas para tropezarte siempre con ese “otra
vez será”. No quiero volver a encontrarme con ese mensaje nunca más.
Holden Caulfield, cuánta razón
tienes.
Empiezan a dolerme las mejillas
de tanto fingir sonrisas y cada vez me quedo con menos argumentos para
justificar un estado de ánimo que no es el mío. Me cuesta hacer ver que supero
todos los problemas con facilidad y estoy cansada de aparentar ser esa “chica
increíble” de la que se habla en conversaciones obligadas con “conocidos” que
en realidad se desconocen por completo. Esa chica no soy yo, ni nunca lo seré.
Sé que yo también me estoy
volviendo una hipócrita; es un proceso irremediable al que nadie puede
sobrevivir. No quiero serlo, pero intento frenarlo y fallo; me descubro a mí
misma frente al espejo criticando a mi reflejo.
Somos actores noveles de una obra
inacabable y nos guardamos los unos a los otros el secreto de que nos
derrumbamos entre escena y escena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario